dilluns, 5 de juliol del 2010

HV 7/i 9: Sueños enrejados

Mira per on que en aquest relat “xupo camera” a cor què vols. Perquè una altra cosa…, no arribo a enfilar cap odalisca  ni de “trasquitlló” i mira que tenia tot un harem sencer a tocar dels dits. En fi, encara que l’atzar sembla que em dugui al principi de la història al setè cel de l’Índia dels maharajàs, veureu  que el destí final en té reservat horitzons més grisos i prosaics, obscurs i inclements, diria. No em puc imaginar la tortura a la qual em veig abocat: compartir espai amb.... En fi, llegiu i riureu (o no... ).Tot i que, ja us aviso, la revenja serà sonada. 
Els artífexs de trapelleria: la Xurri, el Palimp, la Duschgel i, és clar, el tanoca.

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Sueños enrejados


De la calle llegaban amortiguadas las voces y los gritos del bazar, ecos que se perdían pasillos adentro. Una vez más me había entretenido demasiado, e iba con prisas. Salí  corriendo escaleras abajo, una mano sujetando el pelo, el sari y el purdah; la otra recogiéndome un poco el sari para no tropezar, y me precipité abriéndome paso entre las otras chicas de la zenana hacia la mejor ventana del Hawa Mahal.

Allí estaban los caballos abriéndose paso entre la gente, arrastrando el carro donde bamboleándose -las manos y los pies en la picota- trasladaban al veí hacia la entrada principal del Palacio; le llevaban ante el Maharaja.

— ¡Miradle, es el que la semana pasada se asomó a la planta baja para espiarnos!  

—Sí, hablaba raro, preguntaba algo, pero solo se le entendía «Harem Futbol Club»  

—Pobrecillo, ¿qué creéis que le pasará ahora?

—Seguro que el Maharaja será magnánimo, total: el no sabía que lo que hacía estaba prohibido...

—Qué mono es... ¡pero qué  raro!

—Es que es europeo, dicen que allí  todos van así, con la cabeza destapada y sin turbante, y con esa especie de calzas pegadas al cuerpo...

— ¿Creéis que el Maharaja también se pone esas ropas cuando viaja a Europa?

Todas las chicas estallaron en risas a la vez.

—¡¡No me lo puedo ni imaginar!!

El veí desde su carro debió oir las risas, y elevó su mirada triste y desamparada tras sus gafas de patillas rojas hacia la ventana.

Era una pena ¡había estado tan cerca! Si no hubiera sido por ese eunuco bizco, que lo había visto aunque parecía que no miraba, ahora las más bellas mujeres del mejor harén del mundo estarían a sus pies otorgándole placeres inimaginables.

Todo había empezado en una librería de viejo de la calle Banys Nous, cuando compró un librito muy antiguo en cuya portada desgastada por el tiempo se leía Arte de seducir doncellas. Un texto lleno de sorpresas en el que encontró una referencia a un talismán que otorgaba a su poseedor la virtud de obtener el amor de cualquier mujer. La leyenda afirmaba que su posesión otorgó a Teseo los favores de Ariadna, y que lo depositó como ofrenda en el tempo de Poseidón situado en el cabo de Sunión.

"¡Qué casualidad!" Pensó el veí. Para las vacaciones de Semana Santa había contratado un viaje organizadoa Grecia y una de las visitas era ese cabo. Cuando días más tarde estuvo en el templo recitó la salmodia que aparecía en el libro. Esa noche soñó que Teseo le acompañaba hasta un árbol y que debajo encontraba el talismán. Al despertar volvió al templo y comprobó sorprendido que el árbol existía y, cavando en su base, encontró una extraña piedra tallada que se metió en el bolsillo.

Desde ese momento, todas las mujeres le miraban de otra manera. Sonrisas, miradas de deseo y acercamientos disumulados. Su primera conquista fue una belleza nórdica compañera del viaje organizado a la que sólo tuvo que pedirle que subiera a su habitación. Comprobada la eficacia del talismán tras varios éxitos, su siguiente objetivo fue una joven viuda millonaria que estaba de muy buen ver. Con ella empezó a viajar por todo el mundo, de cama en cama, hasta que decidió tirar la casa por la ventana y seducir a todo un harén.

No conocía las intenciones del Maharaja, pero no había sido el único viaje que había realizado, y todavía tenía algún as en la manga.

Eso lo tranquilizaba en cierto modo, a pesar de que tampoco echaba las campanas al vuelo. Es lo que tiene haber sido desde niño un tímido “del cagar” –como él solía decir: que vas con pies de plomo.

Tras una incómoda espera vigilada en uno de los reales aposentos que duró más de una hora (uno de los grandes gozos del Maharajá era hacer esperar a la gente, nunca era puntual en sus citas, ni siquiera las oficiales), al fin fue llevado en presencia del excelso príncipe hindú.

—Entrad, Veí, aunque no seáis bienvenido. Sabéis que sé lo que sabe mi eunuco... ¿no? ¿Qué os trajo a rebajaros a tal ruines trajines espiatorios, que no expiatorios?

El Veí dudó. No quería revelarle el asunto del talismán. Temía que se lo arrebatara. Lo agarraba con fuerza en el bolsillo de su chaqueta.

—Disculpadme, alteza. Creo que se ha producido un mal entendido. Aunque reconoceré que la causa que aquí me trajo tampoco es de lo más noble. —Carraspeó; el Maharajá lo observaba atento.— El asunto va de ligas... de fútbol, digo, ¿eh?, de fútbol. Como ya sabéis, en un par de meses empieza la liga femenina y bueno, ya sabéis que una de las tácticas más habituales es estudiar las tácticas ajenas. Y claro, esa era la idea que yo tenía...
—¿Y de veras creéis que mi club entrena en los baños?
—Bueno, si es que con estas instalaciones tan extraordinarias y sin un cartel que diga “Al campo de entrenu”, es normal que uno se confunda.

Una de las bellísimas doncellas del Harem Futbol Club no pudo resistirse a la voz del Veí (o a la fuerza del talismán, no sé) y entró en el salón con la excusa de servirles un té. Su contoneo delicado, sus gestos de seda, sus orientales y doradas curvas hacían crecer en el Veí un sentimiento... no, un sentimiento no... era aquello que una de sus amantes peruanas había bautizado como “Machu Pichu”. Ella se percató, y con disimulo le guiñó un ojo al “machu”. Y al “pichu” también.

—Ya que no me es posible averiguar si lo que decís es verdad o no —respondió el Maharajá—, y también me preocupa el asunto de la liga, os propongo un trato para que salgamos todos compensados…

*     *     *

El vuelo de una paloma despertó al Veí de Dalt. El ave frotó sus alas contra el cielo espeso y plomizo de la madrugada hasta aterrizar en una cornisa bajo la ventana de la celda. Desde que estaba en la cárcel, el Veí se despertaba con cualquier pequeño sonido: desde el tubo de escape de una motocicleta sin trucar, hasta los suspiros del Paseante que soñaba con su granja de los caballos en la litera inferior de la pequeña habitación.

El vuelo de una paloma despertó al Paseante. El ave frotó sus alas contra el cielo espeso y plomizo de la madrugada hasta aterrizar en una cornisa bajo la ventana de la celda. Desde que estaba en la cárcel de Can Brians, el Paseante se despertaba con cualquier pequeño sonido: desde el tubo de escape de una motocicleta sin trucar, hasta los suspiros del Veí de Dalt que soñaba con ser un príncipe hindú o un reyezuelo de Tombuctú, en la litera superior de la pequeña habitación.

A la hora del patio, el Veí y el Paseante callaban lo que habían soñado. Se limitaban a encestar en la canasta de baloncesto con sus camisetas cutre-imperio, a fumar en un rincón, a esquivar a la banda de los albaneses. Hablaban poco y preferían el silencio, uno junto al otro, protegiéndose.

El guardia grueso pasaba cada pocos minutos junto a ellos y les hacía sombra. Les quedaban diez años antes de salir en libertad.


© Xurri, Palimp, Duschgel i Paseante (juny 2010)
 

dijous, 1 de juliol del 2010

HV 7/8: Escriure la vida

És ella qui parla? És ell qui escriu? És ella qui fuig? És ell qui espera?... Segurament deu ser el relat més líric dels penjats fins ara en aquesta tongada (el "quarteto" és de por...); i també qui deixa més portes obertes i més interrogants sobre la taula. O sobre els papers. Perquè, en el fons, perquè és la vida sino és per escriure-la? En aquest cas, ens ho diuen l'Anna Tarambana, el Jordi Casanovas, la Silver Blue Sea i el Gatot.  Embriagueu-vos de sentiments...
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Escriure la vida

El repicar de la pluja la desperta. S'aixeca, i obrint els porticons veu el mar que, com cada matí, la crida. Es mira els peus descalços sobre els taulons de fusta. La cicatriu gairebé no es veu, només es marca una mica al fer cada passa sobre el terra cruixent de roure destenyit. Cada graó fa un petit grinyol que acompanyat d'un moviment imperceptible fa balancejar les herbes que s'assequen sota l'escala.

Fa fred a la cuina i mentre posa a escalfar la llet es queda pensativa mirant cada flama del gas. Avui no podrà sortir, la pluja fa encara més difícil la seva condemna, obligant-la a quedar-se en aquesta casa que no sent seva. Des de la cuina estant, darrere les cortines comença a veure com la cua de turistes, malgrat la pluja, va formant un rosari de gent cap a les columnes dòriques emmarcades sobre el cel gris.

Es mira el rellotge de mà. Tres quarts d'onze. El correu electrònic sembla mort, i a casa seva, a mils de quilòmetres d'aquí, ningú no contesta. Vol marxar, vol marxar d'aquest lloc gris, en vol marxar tant com el dia que va decidir refugiar-s'hi. Cap Súnion va ser un amagatall tan bo, que ha començat a perdre's a ella mateixa. Quan deixa la tassa sobre el marbre de la cuina, ja ha decidit que farà.

El cop d'un porticó l'espanta i instintivament agafa el ganivet de tallar pa. Que burra, pensa, amb un somriure el deixa reposar sobre el marbre fred, i puja escales amunt. A cada passa, el plec de la pell marca la cicatriu.

* * *

A dos mil dos-cents metres d’altitud es fàcil tenir fred encara que sigui ple estiu i asseguda a una de les terrasses del Machu Pichu s’arrauleix per suportar les esgarrifances que li agradaria que només fossin de fred.

Amb la barbeta sobre els genolls, fita l’horitzó mentre el vent li esbulla els cabells. Obre el termo que duu amb te calent i se li’n va el cap a no fa massa i no pot reprimir un altre calfred. Li sap tan greu tot plegat i ni havent fugit fins aquest cul de món pot evitar el remordiment.

Potser ha arribat l’hora d’encarar-ho, però se sent tant covard i malgrat tot si en fos capaç...

Pel camí que serpenteja muntanya amunt es veuen arribar els primers excursionistes, els turistes ho faran més tard i seran més sorollosos. Llavors plourà, de fet com cada dia en l’última setmana. Se li acaba el temps.

De la motxilla en treu el portàtil i hi connecta el mòdem via satèl•lit, això li costarà els últims diners que li queden. Ajusta l’antena. Iniciant la connexió...

Encén el seu últim cigarret posant el cap dins de la samarreta. A fora amb el vent és impossible. Aquí dalt duren moltíssim, li han dit que és culpa de l’alçada i de l’oxigen.

Obre el gmail i escriu:

Estimada Anna:

No puc sinó reviure una volta i una altra aquell vint d’abril quan vaig marxar per a tornar a néixer...

I de sobte tanca la coberta del portàtil d’una revolada perquè és conscient que no pot trobar paraules que expliquin com es va anar alliberant de la seva màscara per a “ésser” sense clova, per a renéixer dins aquest cos on s’arraulia morta de por i on ara, s’hi sent bressolada per una mà ferma que la duu més enllà de sí mateixa. L’Índia, úter atàvic on rau el saber que l’ha duta fins al coneixement i l’ha feta renunciar a aquell món que l’ofegava, a aquell Primer Món, ple de llibertats i gàbies daurades.

Des de la Zenara, la seva cambra, observa la quotidianitat i el brogit dels carrers de Jaipur i referma la sensació que és just on vol ser. De fa dos-cents onze anys que aquestes parets guarden les dones de l’harem de les mirades alienes, dins el Palau dels Vents.

Tot passant les puntes dels dits per sobre la cicatriu recorda com als deu dies exactes de la seva arribada va ser marcada. Des d’aleshores pertany al seu Senyor i no s’ha tornat a posar en contacte amb els seus. A estones els pensa, però sent que no tornarà mai més.

I un so que l’encalma com una fera amatent que espera l’Amo li omple el cor i la ment en sentir que Ell arriba. De genolls, sobre la tarima càlida agraeix l’aire fresc que s’escola per les finestres i la mà que li acarona la galta, vellutant-li la pell i libant el desig que corre per ses venes irrefrenable.

—Als vostres peus, Senyor...—xiuxiueja, tot abaixant la mirada.

“Prou!”

És una veu greu la que s'exclama. Però no és la veu de cap Senyor... És una veu que ressona més enllà i més endins de les seves oïdes, del seu cap..., és una veu que li puja de les entranyes, com el magma quan vol fer forat al volcà.

Se n’adona. Es va precipitar volent escriure els més íntims sentiments disfressats de relat de viatge. S'havia deixat captivar per l'estil Subirós des que va llegir i es va deixar seduir per la seva Cita a Tombuctú.

Però no té encara les eines ni el saber fer dels que saben escriure i comunicar. I pensa si no estarà disfressant de cicatriu el que de fet no és més que un desig insatisfet i no acabat de pair. Es mira el seu reflex al vidre de la finestra que, ara que fosqueja, es torna com un mirall translúcid. Veu el fosc perfil de les cases contrastat amb el blau del cel de la primera hora del vespre. I ella, amb ulls de desig, en primer pla.

Tanca el portàtil. Agafa les claus. Baixarà a comprar-li dàtils a Hassan, a la fruiteria de sota casa. Avui, sí. Li dirà: “Hassan... vull que aquests dàtils siguin meus.”

I ell li dirà: “Seran teus si els vols de veres.”

El veurà somriure amb ulls riallers. Ella farà el gest d'amagar el propi somriure. Ella ja ha decidit que la novel•la s'escriu plana a plana, en cada gest, en cada mirada, en cada paraula.

I, fluixet, deixarà anar: “Jo avui seré teva si em vols de veres...”.

© Anna Tarambana, Jordi Casanovas, The Silver Blue Sea, Gatot (juny 2010)